Descripción
En mis manos contemplo una antigua moneda valaca. La conseguí en el Parque Rivadavia. El Parque –así, a secas, le dicen los vecinos y los que concurren desde siempre– es uno de los puntos cardinales secretos de Buenos Aires. Uno de sus escasos centros de gravedad. El aire de familia que emparenta las «plazas» –bonsáis que el Estado reserva al vecindario– con los bosques permite que a veces la jardinería barrial salte sobre los cercos emplazados por los geómetras municipales. Luego, tanto el parque edénico como el monte cerrado –arboledas donde no madura el dinero– son imanes para la imaginación urbana. En las plazas hay aduanas que consienten o vedan el cruce a otros tiempos, «conejeros» que conducen a pliegue de la imaginación. Después, el tacto es brújula y el «ábrete sésamo» un pasaje tan bueno como cualquier otro. Pero no por ser enunciadas sirven las formulas mágicas como pasaporte lingüístico….