Los límites del ecologismo

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Feliz Rodrigo Mora
2010121200331 – AUTOEDICIÓN – 2010 – 20 páginas /orri.

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Descripción

Aportación a las II JORNADAS POR UNA AGROECOLOGÍA RADICAL, Madrid, febrero 2010, en el marco de la mesa redonda “Contra el ecologismo como forma de gestión del desastre”.

Félix Rodrigo Mora

Si admitimos que el ecologismo comienza a manifestarse, como sistema de ideas y corriente social, en 1962, a partir del libro “Primavera silenciosa” de Rachel Carson, nos encontramos ante un movimiento que, lejos de ser “nuevo” y “joven” tiene ya medio siglo de existencia, tiempo suficiente para hacer un balance de sus logros, en un sentido y otro, y, desde ellos, de su línea, contenidos y significación objetiva. Dicha investigación ha de ser, cómo no, cordial y amigable, pues se trata de buscar la verdad en los hechos de forma colectiva, pero sin renunciar a la propia libertad de expresión, que incluye elementos críticos de notable significación.

Sus aspectos positivos son indudables. Gracias al ecologismo un gran número de personas ha ido tomando conciencia progresiva de la degradación del medio natural, así como de los numerosos problemas implicados en ello, lo que ha permitido librar luchas de variada naturaleza contra expresiones concretas del ecocidio, algunas de las cuales han proporcionado algunos resultados tangibles, si bien modestos y escasos. Al mismo tiempo se ha generado una notable cantidad de publicaciones que, con mayor o menor objetividad y pureza de intenciones, se ocupan de estas materias, de donde resultan debates sociales que mantienen la atención en el presente y futuro del medio ambiente en su interacción con los seres humanos. También, ha producido un pequeño número de obras de calidad (al mismo tiempo que montañas de subliteratura), o influidas por él, entre las que destaca por su excelente factura, si se ha de citar una, “Nuestro futuro robado”, de T. Colborn, J.P. Myers y D. Dumanoski.

Hoy el ecologismo no es lo que fue hace unos decenios. En puridad, ya no es un movimiento estructurado en la base de la sociedad política-civil, sino una parte del aparato institucional, como otros varios, en la forma de colectivos con el estatuto de ONG; asociaciones ambientalistas financiadas por municipios o comunidades autónomas, cuando no por Bruselas; partidos políticos “verdes” de corte posibilista y socialdemócrata, grupos de ecofuncionarios tan alejados de la gente como celosos de sus privilegios y equipos de expertos académicos ocupados en hacer prevalecer los intereses estratégicos del Estado (y, por tanto, del capital) en las cuestiones medioambientalmente más candentes. Una vez que ha sido producida una muy profusa legislación “protectora” (que ha resultado mucho más de los partidos de derecha e izquierda que de los “verdes”), la actividad central del ecologismo se sitúa en la denuncia de las infracciones a la legalidad, con relegación de las tareas de calle. Se ha convertido, pues, en una forma de legicentrismo, por tanto es una expresión más de estatofilia, la grave enfermedad ideológica común a casi toda la cada día más débil “radicalidad” hodierna.

Ello equivale a decir que se niega a toda transformación integral suficiente del orden constituido, siendo una fuerza política más, como tantas otras, conservadora de lo existente.