Descripción
En 1924 Bataille trabaja ya como archivista en el departamento de numismática de la Biblioteca de París, ocupación esta, la de bibliotecario y erudito bibliófilo, que realizará durante toda su vida. Este mismo año conoce a Michel Leiris y al pintor André Masson y con ellos a los surrealistas y, como no, al «papa» Breton con el que mantendrá una larga relación de disputas y desencuentros.
En 1931 conoce a Boris Souvarin y se incorpora al «Cercle Comuniste Démocratic», publicando varios artículos en su revista «La Critique Social», como «El problema del Estado» o «La estructura psiclológica del fascismo», es ahí donde en 1933 publica «La noción de gasto».
En 1935 formará Contre-Attaque, grupo definido como antifascista, antinacionalista y antidemócrata y que preconiza la revolución moral y sexual, reivindicando, entre otros, a Sade, Nietzsche y Fourier. El año siguiente, junto con André Masson e instalados en Tossa de Mar, coincidiendo con la Revolución en Catalunya, realizan la revista «Acéphale», de la que editaran 4 números. Posteriormente, junto a Roger Callois y Leiris, formara el «Colegio de Sociología sagrada». En 1946, funda la revista «Critique», aún vigente.
Durante 40 años, al mismo tiempo que frecuenta burdeles, tabernas y apasionadas relaciones amorosas, Bataille compone una obra tan lúcida como difícil de clasificar: relatos pornográficos, poemas, ensayos filosóficos, antropológicos y económicos, crítica política y literaria, e importantes escritos de arte.
Sin embargo, una idea común recorre su obra, la concepción de que la condición humana es esencialmente paradójica y que el ser humano es, ante todo, un animal contradictorio, hecho este que hace de la vida de cada individuo y de la humanidad entera una tragedia de difícil solución y que nos somete a una tensión constante entre, por ejemplo, el deseo de
ganancia y el de perdida, entre la acumulación y la destrucción de energía, entre el trabajo y la fiesta o el juego, entre el cálculo y el derroche, entre la ley y su transgresión.
La humanidad afirma su condición, negando su animalidad, mediante el trabajo y el uso de útiles, lo que hace posible la aparición de la conciencia y la separación entre sujeto y objeto. Pero el trabajo, como formación de sociabilidad, exige la prohibición de la satisfacción inmediata del deseo por la ley. Trabajo y ley responden a una misma racionalidad, la de subordinar el presente al futuro y mediante ellos el humano intenta conjurar el temor a la muerte, negando la inmediatez animal para afirmar el cálculo racional que asegura la perduración de la vida. Y sin embargo lo que obtiene no es más que una vida reducida a la mera condición de subsistencia, una vida servil que se limita a reproducirse con la sola voluntad de perdurar.
Ante semejante perspectiva, la humanidad no puede dejar de negarse a sí misma, negando el mundo del trabajo y el de la ley y afirmando un retorno a lo reprimido, a esa inmediatez que mantiene al animal en una relación inmanente con el mundo. Bataille no pretende retroceder a la animalidad perdida, sino recobrar para el ser humano el valor de la animalidad negada, lo que el llama la «santidad del mal» y que reivindica como otra posible dimensión de la experiencia humana.
Por lo tanto, en el humano se da la paradoja que se define sometiéndose servilmente al trabajo y a la ley, pero al mismo tiempo solo es, cuando niega este orden de trabajo y ley. Solo cuando los humanos somos capaces de afirmar y mostrar una in-humanidad valerosa y soberana que no teme a la muerte y capaz de hacer del presente un fin, solo entonces descubrimos parte de nuestra verdadera humanidad y exploramos otra posible experiencia vital. Es esta afirmación de soberanía del ser humano y su permanente conflicto con la civilización de la humanidad servil, lo que hace posible fenómenos heterogéneos y soberanos como el juego, la fiesta, el sacrificio, el erotismo, el arte…, es decir, la manifestación de la inutilidad frente a la utilidad, la noción de gasto, de derroche, de pérdida frente a la ganancia.
Con «la noción de gasto» Bataille presentaba la nocividad que para la vida representa esta obsesión patológica por la racionalidad de la economía productiva y de la utilidad, a la que oponía la lógica de lo improductivo, del derroche y el gasto. Para ello se basó en el «Ensayo sobre el Don» en el que el sociólogo Marcel Mauss estudiaba las relaciones de sociabilidad e intercambio de los indios del noroeste americano, basado principalmente en la práctica de la «Potlatch».
Etimológicamente Potlatch era una palabra de la tribu Chinook, utilizada también por los Kawakiult de la Columbia Británica o los Tlingit de Alaska y que significa «consumido por el fuego», un regalo tenía que ser correspondido de tal manera que el que lo había recibido y aceptado, tenía que regalarlo todo hasta que no le quedase nada que dar, sólo así la deuda quedaba saldada. «Un jefe conocía a otro y le hacía un regalo y este tenía que responder con otro de más valor. El juego podía comenzar con un regalo de un collar y acabar con el incendio del poblado, aumentando la obligación del rival a limites casi imposibles». El Potlatch era parte de una gran fiesta, con comida abundante, canciones, bailes, en la que incluso se podían poner nuevos nombres a determinados lugares geográficos; podía consistir en un intercambio simbólico de cortesía y devociones, motivado por la celebración de un acto social cualquiera, un nacimiento, una boda o un funeral, e incluso podía ser considerada como una guerra simbólica, un intercambio de retos y humillaciones. Para una tribu, el rendirse y no poder superar la provocación de la otra, era admitir la humillación de que valoraba más la propiedad, los simples objetos, que el honor.
Según Mauss, «Lo ideal es dar un Potlatch y no obtener compensación». Para él el Potlatch era el eco de la Edad de Oro, la supervivencia de una forma de intercambio que una vez fue universal y que en su nivel más profundo se trataba de una forma de comunicación entre personas que no se guardaban nada.
A partir de Mauss, Bataille encontró algo muy diferente, la prueba de otra y escondida economía de pérdida y derroche, ocultada y negada por las históricas economías de la producción y acumulación. En «La noción de gasto» actualizó la noción de Potlatch, no como un pintoresco recuerdo de una época dorada, sino como una permanente idea de disolución. Al olvidar los valores absolutos de la Potlatch, en los que el valor se derivaba de la posibilidad de una perdida total de objetos y mercancías, la humanidad refundaba la civilización exclusivamente sobre el principio de utilidad encadenándose a un sistema de límites donde todo tiene su precio. Pero la civilización ya se reprodujera en el comercio mercantilista, en el capitalismo o en el comunismo de Estado, simplemente ocultaba, tapaba, el odio que la humanidad siente por la utilidad y los límites, disfrazando su lujuria por el «gasto incondicional» en actividades que «no tienen un fin en sí mismas».
Si en Mauss el Potlatch era una difusa representación de lo que en otro tiempo había sido la vida real, para Bataille una vez comprendido esto, era también una revelación de lo que podría ser la «verdadera vida». Aunque sea en estado latente la «verdadera vida» está presente en el hombre, aún en el caso de que, como ahora, esté soterrada por esta cultura masificada de consumismo que lo totaliza todo. Ocultando a esta otra cultura posible, que a su vez se muestra desfigurada en estas formas que se manifiestan dentro de la cultura burguesa y que constituyen la danza moderna de echar la propiedad por la ventana, como puede ser el adulterio, la prostitución, la mentira y el engaño, la estafa, el juego, el alcoholismo, la drogadicción…etc.
Todo lo que queda del Potlatch como acto social y público, según Bataille, es la continua humillación que la burguesía inflige a los pobres; una humillación que los pobres sólo pueden devolver a través de la Revolución, ofreciéndose así mismos a la destrucción y pidiendo a cambio más destrucción. Pero el triunfo de la burguesía esta sellado por su cultura, la cual garantiza que la «vida real» de gasto y pérdida sea sólo permitida «tras las puertas cerradas», en privado, pues en esto la burguesía se distingue de otras clases o castas «por el hecho de que se le consiente gastar sólo en sí misma y dentro de sí misma». El resultado, según Bataille, es la desaparición de «todo lo que era generoso, orgiástico, excesivo» y su sustitución por una «mezquindad universal», este es el «regalo» que debemos a esta clase tan segura de su hegemonía, tan triunfante al identificar su historia con la naturaleza, y que finalmente habiendo prescindido de la máscara y contra todo aquello que para ella está felizmente escondido y aparentemente olvidado, expone su «sórdido rostro, un rostro tan rapaz y tan carente de nobleza, tan aterradoramente pequeño y mezquino, que toda la vida humana, ante ello, aparece degradada».
Este es el ideal del Potlatch, la humillación que no puede ser devuelta. Los pobres atrapados en la promesa de que algún día podrán gastar sólo para sí mismos, se muestran incapaces de responder ante tan continuada humillación. Ni tampoco los a sí mismos llamados revolucionarios, díganse comunistas o anarquistas han podido sustraerse de la producción, prisioneros de la racionalidad y de la ficción del progreso y de la utilidad, permanecen ciegos y sordos ante la «pasión por el gasto cuyo único fin sea la perdida».