ESCALERA DE CARACOLA

10,00

LUIS ARTURO HERNÁNDEZ
9788493218157 – ARTE ACTIVO EDICIONES – 2004 – páginas /orri.

2 disponibles

Descripción

“Entre todas descollaba una inmensa escalera de caracol, que sobrepasaba aun los techos de la casa, y que, al crepúsculo, se erguía como una torre o el cuello de algún gigantesco animal inerme.”
Eliseo Diego, Nadie, Cuentos

Escalera de Caracola, la segunda obra del escritor vitoriano y colaborador habitual de Luke Luis Arturo Hernández, es una colección de parábolas para lectores de cualquier edad, para ese público que hoy eufemísticamente se conoce como “familiar” y que no sólo no excluye al lector infantil o juvenil sino que lo adopta como su destinatario ideal.

Escalera de caracola es un oasis de nitidez expresiva, de transparencia conceptual y estilo naïf, una obra serena y luminosa que, desde la fórmula tradicional “érase una vez” de su primer cuento a la fantasía onírica de la caracola final, se ordena con arreglo a la estructura simbólica del ascenso por una escalera, como la sucesión de aproximaciones a una realidad, la de cada cual, en forma helicoidal, una espiral en acción –puesto que de acción se trata en la narrativa-, y que es una imagen emblemática que abarca desde el microcosmos de la información genética al macrocosmos de la galaxia, desde lo infinito a lo infinitesimal, dimensiones ambas de la condición humana, en este libro de bolsillo para la navegación de la fantasía que es guía de viaje por los mundos de la imaginación.

ESTRATEGIA DE LA CARACOLA

“con su aventura de imaginar una escalera –una herramienta, criatura, bestia, pero qué es después de todo una escalera.”
Eliseo Diego, Alguien, Cuentos

Estructurada en tres tramos de tres peldaños cada uno, Escalera de caracola se abre al lector como un juego de variaciones sobre tres grandes líneas temáticas que, además, se cuestionarán en el último peldaño de cada tramo. Así, se aborda, en la primera parte, el impulso de viajar del nómada, empujado por un destino inconsciente y arrastrado por la necesidad de encontrar un lugar en el mundo. El arte y, muy en particular, la Literatura como transformación de la vida que abre nuevas dimensiones al ser constituye el común denominador del segundo. Y la rebeldía contra el destino de la vida sedentaria, tejido de servidumbres humanas, da unidad al tramo final en su afán de cambiar, aquí y ahora, la vida, antes del epílogo-La caracola- que concilia viaje, poesía y tesón contra el Destino.

PREHISTORIA DE UNA ESCALERA

“A base de esfuerzo y ahorro habían conseguido un mar en la buhardilla. Sólo los domingos lo visitaban, el resto de los días debían contentarse con oírlo bramar. (…) Entonces, subían todos, y, ante las aguas contenidas, derramaban unas cucharadas de tinta estilográfica. Y el mar azuleaba agradecido, salpicando con su espuma las paredes tapizadas de la vieja buhardilla.”
Rafael Pérez Estrada, La buhardilla, El muchacho amarillo

Inocentes siluetas, como ingenuos hilos en el tapiz de la existencia, los personajes de Escalera de caracola son arquetipos de ideas o emociones, etopeyas, apenas esbozos de un retrato físico nacidos en ocasiones de imágenes de humor gráfico o dibujos animados –Ogh y Agh, la mujer de La vieja, la montaña y la luna-, diáfanos incluso en la maldad.

Y, en cuanto al espacio se refiere, tanto el primero y el último como el 5º -La vida es un cuento-, el relato central que marca el ecuador de este pequeño planeta –azul-, tienen como escenario el mar de islas solitarias y están protagonizados por navegantes que, en veleros, acortan -o ahondan- las distancias que separan la compañía de la soledad –ida y vuelta-, componiendo un puente de dos ojos –sendas parábolas por las que se avista la vida en tierra firme-,
como catalejos mediante los que el lector contempla, en cubierta, la extensión de un cuaderno de bitácora azul como el azul marino de la tipografía o las muy cuidadas ilustraciones de estilo ingenuista del dibujante Ángel Benito Gastañaga.

Sin embargo, si hay un elemento de la narración que adquiere especial relevancia en Escalera ése es el tiempo. Porque el tiempo, más allá de una circunstancia de la acción, es en esta Escalera una dimensión subjetiva, de una muy consistencia elástica, poética o mágica, relativa a la física de las emociones, expresión poemática de la vida interior que altera la apariencia exterior en virtud o defecto de la intensidad o la inanidad de la vida.

Y esa capacidad de metamorfosis se ve en el ir y venir de la infancia a la vejez, o de la ancianidad a la niñez, de la iniciación a la experiencia merced al afán de búsqueda, o de rebeldía o de la literatura, y un caso prototípico quizá sea el de Jo, un niño con complejo de Peter Pan, puesto que es un punky viejo que perpetúa su infancia fuera de la espiral del Tiempo en que los juegos de niños y los roles adultos se confunden, encerrado en el círculo vicioso de la rebeldía social -¿qué es más patético un niño anciano, puer senex o pitagorín o, un viejo juvenil y anacrónico, que lucha por conservar la eterna juventud?-

MODO DE EMPLEO

“Con los ojos siguieron los operarios el rumor en desorden de su ascensión, a cada peldaño increíblemente más lejano, hasta que se hizo el mismo silencio de antes.”
Eliseo Diego, Nadie, Cuentos

Precedido de un Modo de empleo, el prólogo de Escalera tal vez pudiera hacer pensar en reminiscencias de Instrucciones para subir una escalera o en el tablero de Rayuela,

pues la sombra de Cortázar es alargada y la estructura aleatoria de una obra miscelánea y sus diversos itinerarios posibles iría desde Tras la puerta, el bodrio pseudo-erótico de Alina Reyes –pseudónimo también de resonancias netamente cortazarianas- a esa obra maestra del realismo extraordinario del Diccionario Jázaro del serbio Milorad Pávic.

En la línea de obras del tipo de Los niños tontos de Ana Mª Matute, Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite o más recientemente del nórdico Jostein Gaarder,

Escalera de caracola es una pequeña joya narrativa, cuajada de humor blanco, límpido, y melancolía azul de saludos y despedidas, que brilla con los destellos del patio de luces en la caja –estuche- de la escalera azul, proporcionando al lector un remanso de calma y de paz interior en el seno del torbellino vertiginoso de la actualidad, en su reiterado afán de acotar, de retener, de limitar con sus palabras lo innombrable: Una palabra mágica.