Descripción
Amigos míos, como no se me habría permitido e incluso habría supuesto para mí una grave y onerosa consecuencia deciros abiertamente, en vida, lo que pensaba de la conducta y del gobierno de los hombres, de sus religiones y de sus costumbres, he decidido decíroslo al menos tras mi muerte; mi intención y mi deseo sería decíroslo de viva voz, antes de morir, si me viera próximo al fin de mis días y tuviera aún para entonces el uso libre de la palabra y del juicio; pero como no estoy seguro de tener en estos últimos días, o en estos últimos momentos, todo el tiempo ni toda la presencia de espíritu que me sería necesaria entonces para declararos mis sentimientos, me he visto obligado a empezar a declarároslos ahora por escrito y daros al mismo tiempo pruebas claras y convincentes de todo lo que me gustaría deciros, a fin de tratar de desengañaros lo menos tarde posible, en cuanto me atañe, de los errores en los que todos nosotros, cuantos soltaos, hemos tenido la desdicha de nacer y vivir, y en los cuales yo mismo he tenido el desagrado de hallarme obligado a infundiros; digo el desagrado porque para mí era verdaderamente desagradable tener esta obligación. Ello explica también por qué nunca la he desempeñado sino con mucha repugnancia y con bastante negligencia, como habéis podido observar.