Descripción
Había una vez un piloto que pilotaba un B-52. ¿Quién era? ¿Era un ser humano? ¿Era un gobierno? ¿Era una nación?
Caty cumple 32 años. Ella y sus cuatro amigos deciden celebrarlo jugando a su juego preferido: serán pilotos de un bombardero que, saliendo de una base en La Florida, volverá a su lugar de origen después de bombardear Iraq. El trayecto es divertido. Y se toman tan en serio el juego que podría ser verdad…
Nº de páginas: 89
PVP: 12 €
Comentarios sobre la obra
17-01-2012
Ayer asistí al estreno en Madrid de B-52, la primera incursión teatral de Santiago Alba Rico, llevada a las tablas por la compañía El Perro Flaco y editada en papel por la necesaria editorial Hiru.
Tanto en su forma escrita, como cuando cobra vida en un teatro, esta obra es necesaria porque nos disecciona el pensamiento que da belleza a la destrucción, que hace normal el genocidio y que eleva moralmente una cultura donde, tras las bambalinas de los sueños, se esconde la realidad del infierno.
No hay otra forma de soportar la matanza que escondiéndola, o mejor, haciéndola bella y moral. Es la vieja técnica de revestir y camuflar, de limitar el impacto a unos pocos de los nuestros, los ejecutores en tierra, para mantener a la mayoría legitimadora en el limbo de la retórica.
Hay un gran acierto en plantear la obra dentro de un B-52, bombardero estratégico de largo alcance que lleva democratizando el mundo desde 1955, pues a 15.240 metros de altura, toda destrucción, toda matanza, elude cualquier fealdad y se torna hermosa.
Desde el aire o la lejanía, las explosiones son espléndidas. Sus formas, sus colores y su despliegue luminiscente constituyen una puesta en escena que conmueve. Detrás de la ficción pirotécnica no puede haber maldad. Es la mano de Dios haciendo paisajes.
Esa tripulación profesional, que recorre miles de kilómetros para soltar toneladas de bombas sobre un lugar que no conoce y que vuelve a su casa sin ningún remordimiento, podemos ser cualquiera de nosotros. Es de hecho la representación de la sociedad en la que vivimos.
Las aeronaves militares son bellas. Es más, las armas suelen ser bellas. Formas depuradas, alta tecnología del poder total para quitar vidas a escala industrial. Y eso, a la mayoría le seduce. Igual que la escenificación del nazismo en sus grandes paradas militares hipnotizaba a millones de personas, hoy, el poderío militar estadounidense simbolizado en ese B-52, da por sí solo, legitimidad.
Siempre me he preguntado la razón de la dificultad para explicar la muerte cuando es a gran escala. Frente a la belleza de un bombardero, frente a las bonitas luces de las explosiones, casi nadie ve a ras de suelo. En tierra, en el lugar donde impactan esas bombas civilizadoras, hay sangre, dolor, vísceras, heces, quemaduras, aplastamientos, gritos, … El contenedor de almas hecho de sangre y huesos es aparatoso cuando se desborda.
Si preguntas a cualquiera sobre los coches bomba, al instante se horrorizará, recordará las imágenes a pie de tierra, los miembros amputados, la conmoción, la destrucción. Pero cuando ve un B-52, cuyo poder destructor equivale al de miles de coches bomba, le parece hermoso. Sus formas, su poder engrandecido tienen la virtud de ocultar por sí mismo que es una máquina perfecta para el asesinato en masa.
Esta obra nos habla de la moral que se construye desde el poder estadounidense, de la función de Hollywood para albergar las emociones que no tienen cabida en la guerra democratizadora contra el terror. Esa batalla eterna que, incomprendida y aislada, libra la nueva Roma contra los siempre bárbaros que acechan más allá de las fronteras del Imperio.
Por eso recomiendo vivamente ver y leer esta nueva aventura de Alba Rico, pues mantiene la virtud de retratar las costuras del alma imperial que nos hurtan a diario para no ver su fea naturaleza. Un don que ya descubrimos en sus primeros tiempos como guionista de La Bola de Cristal y que ha ido cultivando en libros y artículos.
Obras como esta son ladrillos en la recuperación de nuestra cultura secuestrada, que, con discrepancias y desencuentros, regresa para tratar de entender el mundo, única manera de poder empezar a pensar como cambiarlo.
Entrevista a Santiago Alba Rico
Unos amigos juegan a simular que pilotan un bombardero de Florida a Irak. Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), creador de Los electroduendes y de ensayos como Leer con niños, mezcla a Brecht con el espíritu de la Bruja Avería en B-52, su debut teatral, que se representa hoy y mañana en el Círculo de Bellas Artes.
¿Qué idea vertebra B-52?
Se trata, en efecto, de una idea que llevo explorando en distintos formatos desde hace años: la de la desigualdad, no de las clases, los sexos o las generaciones, sino de las miradas, que cubre y expresa todas las demás. Hay miradas que matan, se dice. Es verdad. Y son precisamente las más tranquilas, las más amables, las más inocentes. Visto desde arriba, resulta apetecible, y casi inevitable, destruir el mundo. En mis ensayos lo llamo «nihilismo espontáneo de la percepción». Puede que esto cambie con la crisis, pero ahora, en los centros urbanos capi-talistas, lo normal es ser bueno; y es la normal bondad, y no la maldad excepcional, la que destruye, física o simbólicamente, a los otros.
Ha hablado de arenga y panfleto, dos géneros estigmatizados.
Chesterton escribía excelentes panfletos;
también Marx. En este caso, el panfleto final cumple un papel más bien de anticlímax, de coitus interruptus premeditado. Todos viajamos en un B-52. Un supermercado es un B-52. Un teatro es también un B-52. Y no me apetecía que los espectadores se levantaran de los asientos sintiéndose superiores a los tripulantes de ficción, habiendo sencillamente «comprendido» placenteramente el mensaje. Era necesario hacer explícito lo que está claro; degra-dar el arte a panfleto para interpelar al público, que responderá sin duda con un: «Ese final era innecesario». Reivindico el coitus interruptus.
¿Por qué volver al registro satírico de la Bruja Avería?
Se debe sobre todo a David Acera, director de la compañía Perro Flaco responsable del montaje. La tentación del teatro me cosquilleaba a menudo, pero siempre pensaba en una pieza más solemne y filosófica. David, que se educó con la Bruja Avería, me sugirió ese camino y enseguida me encontré cómodo en él. Al mismo tiempo, la tentativa es la de salir del limitado círculo de mis lectores habituales para tratar de incomodar a más gente. La Bruja Avería siempre fue bastante urticante.
Vive en Túnez desde 1998. ¿Qué aprendió de su rebelión y su contagio?
Que es fácil saber cómo se construyen las condiciones objetivas de una revolución, pero no los sujetos que las ponen en marcha. Ningún sujeto es sólo un lugar de repro-ducción de las condiciones que lo constituyen: lleva en sí siempre una sorpresa. Eso es aplicable a la Primavera Árabe y al 15-M por igual: cuando todos creíamos que la subjetividad occidental esta-ba completamente formateada por los gadgets electrónicos y las mercancías baratas, resulta que, como en los sombreros de los prestidigitadores, ocultaba un doble fondo del que salen palomas y pañuelos de colores que no estaban allí.
¿Cómo se lucha contra la creencia de que «los recortes son necesarios»?
Esa creencia está asentada en otra mucho más terrible: la de que no hay alternativa. La de que, en general, en conjunto, no hay alternativa. Ese es, sobre todo, un síntoma depresivo. ¿Cómo se manifiesta una depresión? Comiendo y durmiendo. ¿Cómo se combate? Ponien-do los dolores en común. Las creencias colectivas sólo pueden ser combatidas colectivamente.
Escribe usted contra el capitalismo. ¿Cuáles son sus puntos débiles?
Somos nosotros. Es nuestra propia debilidad tan manipulable y vulnerable la que constituye la debilidad del capi-talismo, que necesita que todos sus medios de producción y reproducción sean renovables y contables y se dejen destruir, por tanto, ilimitadamente. El capitalismo puede cargar con todo menos con los límites de la antropología.
¿Por qué son un clásico Los electroduendes?
Yo me preguntaría más bien qué tiene nuestra época para que recuerde con tanta nostalgia un programa tan impro-visado y chapucero. Y creo que es justamente eso lo que recuerda con nostalgia: un embrión de libertad abortado inmediatamente por el modelo de los canales comer-ciales privados y por el realismo de una democracia aguada y desteñida. El mito de La bola de cristal, como todos los mitos, ilumina las angosturas del presente.
¿Qué aprendió al escribir Leer con niños?
Como realmente he aprendido ha sido leyendo con niños. Leyendo a mis niños las grandes obras de la literatura clásica, cuerpo a cuerpo en el sillón, me hice consciente de la necesidad de defender el tiempo narrativo, el de las plazas, los cuidados y la dignidad kantiana, frente a la amenaza cada vez mayor del tiempo digestivo, el tiempo del ello freudiano que discurre a toda velocidad por los pasillos transportando mercancías e imágenes de mercancías que alimentan sólo las ganas de seguir comiendo y no las de salvar, acariciar, conservar o mirar. El capitalismo es antinarrativo, infanticida y cosmocida.
Fuente: http://www.publico.es/culturas/416793/visto-desde-arriba-es-casi-inevitable-destruir-el-mundo